20 sept 2015

Luz palidecida

Desnuda su alma porque ya no tiene nada más que quitarse ante él.
Quebrantó los muros que con tanto cuidado y mimo había construido.
La vulnerabilidad relegó a un segundo plano una seguridad aparente.
Le arrancó la ropa, sus miedos, rompió con sus yo nunca y sus yo siempre.
Y sin medir el tiempo, se dejaron llevar, con ojos valientes, los zapatos encima del tejado.
Y mientras trenzaban su amor, las mariposas volaban, sus caminos se convirtieron en un único sendero, entrelazaron las células de todo su cuerpo, y dejaron de ser el uno sin el otro.
Vivían en completa simbiosis.
Ella, aunque sensible, no era un alma débil, guardaba miradas inocentes, dulces y pícaras.
Miradas que hacían estremecerle por las mañanas, y sentir la magia de lo efímero y quimérico.
Él, aunque inseguro, sabía sacarle las mejores sonrisas, la cuidaba como si de una delicada rosa de cristal se tratase. Protegía sus pétalos descuidando sus propias raíces.
Realidad que se resquebrajaba, ensombrecida por exceso de confianza, y sus rostros se desvanecían, sus cuerpos languidecían, y se miraban con recelo.
La alegría se esfumó, y dejaron de ser.